Burbujas en el agua (1997)




A mis nietos Luana y Gaetano:

Ustedes seguramente recordarán las dudas que me asaltaron aquella mañana, cuando vi saltar al pecesito en el arroyo, ellas se me esclarecieron cuando recibí el mensaje alentador de ustedes confirmando que era YITO, nuestro amigo nocturno. Desde ese momento, empecé a buscarlo afanosamente. Iba de mañana, de tarde, al caer el sol y Yito no aparecía. No saben cuánto sufría pensando que alguno de esos pescadores hubiera capturado a nuestro amigo.

Una noche ya acostado, creó que hasta dormité un poco, se me ocurrió que nunca lo había buscado en la noche, me levanté, me abrigué y fui hasta el arroyo.
La noche estaba muy oscura, la luna era apenas un arco de luz y el arroyo, que estaba crecido, la recogía en su espejo de agua.
Hacía frío, no obstante, era un paisaje que me daba gusto vivirlo. Quizás era la esperanza de encontralo , me alentaba a continuar observando la noche remansera.

De pronto oigo un chapoteo a mi izquierda, junto a una gruesa rama que crecía sobre el agua estaba Yito.
Aquel pequeño pedacito de luna me permitió ver que saltaba y saltaba para llamar mi atención.
Corrí hacia él, me encaramé en la gruesa rama, y me acerqué lo suficiente para oír su vocecita.
Sus primeras palabras recordaron nuestra aventura anterior y por sobre todo a ustedes, Luana y Gaetano, también a Polillín y Polillote. Me contó cuanto había hablado con sus padres de nosotros: sus nuevos amigos y coincidimos en la necesidad de encontrarnos de nuevo.

Cuando nos empezaba a abrumar la nostalgia, paso por sobre nosotros una luz muy intensa que no se compadecía con la palidez de la luna, planeó sobre nuestras cabezas y escribió sobre el oscuro cielo: ” ya volvemos, vamos a buscar a Luana y Gaetano”. Eran Polillín y Polillote en su nave interestelar.

La magia de la fantasía no deja de asombrarme, en el tiempo que demoré en leer, ya estaban de vuelta los cuatro. Nos abrazamos muy fuerte, todo era más lindo, como que el calor del abrazo había desplazado al frío nocturno, la luna se había tornado más brillante, se reflejaba en el agua, en las hojas de los árboles, los cuales parecían adornados por miles y miles de guirnaldas navideñas.

Rápidamente Gaetano y Yito nos proponen un plan para esa noche, ir a conocer a al familia de Yito, Luana manifestó el temor que teníamos todos de mojarnos, de no poder respirar bajo el agua y Gaetano se rió de nuestros miedos y nos propuso que ya que estabamos tan chiquitos como nuestras amigas las polillas podíamos viajar en las burbujas de aire que se forman en el agua.

Al principio jugamos los cuatro ante la atenta mirada de Yito, nos metíamos en las burbujas de aire, nos desplazábamos en ella y cuando comenzaban a disolverse saltábamos a otra de las muchas que el pecesito amigo hacía cada vez que movía sus aletas y su cola en la superficie del agua.





Entre salto y salto descubrimos un nuevo mundo, el mundo subacuatico del arroyo, el suelo de fango y arena, montañas de piedra y barro y cantidad de plantas y amistosos animales. Hasta los cangrejos que son tan feos y que parecen tan malos nos sonreían a nuestro paso y movían sus grandes pinzas para que hubiera más burbujas donde saltar.

Yito nos guiaba, les decía a sus amigos del arroyo quienes éramos, nos mostraba rincones maravillosos, de vez en cuando nos alertaba que tuviéramos cuidado con los peligrosos anzuelos que dejaban los pescadores.
Llegamos a una zona donde la arena era muy blanca, llena de plantas y flores acuáticas curiosamente dispuestas y en medio de ese hermoso jardín, un montículo de cantorodados con una pequeña puerta de entrada, era la casa de Yito.
Conocimos a su mamá, a su papá y a un hermanito que hacía muy poquitos días había salido del huevito.
Nos preguntaban cosas del mundo de afuera del agua y se asombraban tanto como nosotros al conocer el mundo que encerraba bajo la superficie del agua el arroyo Tropa Vieja.
En medio de ese alegre intercambio, Luana siempre responsable nos recordó que ya estaba por amanecer, el tiempo pareció haber transcurrido muy rápido, quizás por lo intensa y divertida que había sido la noche.

Gaetano, Luana, Polillín y Polillote saltaron de las burbujas a la nave interestelar y volvieron a Amsterdam, Yito quedó en su casa y yo que había llegado a la orilla comencé a sentir frío, retorné a casa, me acosté casi en la misma posición que estaba al comienzo de este relato, lo único que la alegría de haber sido abuelo durante toda una noche me colmaba de satisfacción.