Un día, a mediados de agosto


A mis nietos

No saben la alegría que me da que les guste mis “sucedidos “, me animan a que les siga contando algunos aconteceres de mi vida, algo inexplicables para los adultos comunes.
El invierno fue largo, frío y lluvioso, recién en estos días comenzaron los días soleados, lo cual me animó a salir con más asiduidad a pasear por el arroyo. No obstante en un día de mediados de agosto me sucedió algo realmente insólito que paso a detallar.

Un día de mediados de agosto

Era un día muy frío, con un sol mortecino que a duras penas podía con la helada nocturna, las plantas se sacudían para sacarse de encima las gotitas de hielo y yo envuelto en una gran bufanda caminaba hacia el almacén a comprar cosas para el desayuno. Para ello elijo siempre un recorrido que pase cerca del Tropa Vieja. El arroyo estaba hinchado, lleno de agua, el viento del sudeste que era fuerte y sostenido, provocaba esta situación. Cuando el frío me estaba apurando el paso, al cruzar el puentecito, oigo un chapoteo sobre la superficie del agua. Me acerqué y para sorpresa mía era Yito que me llamaba en pleno día. Miré para todos lados, me asaltó el temor de que me descubrieran charlando con un pecesito y por ello, cuando comprobé mi absoluta soledad me acerqué aún más a la baranda del puente donde oí su brillante y alegre vocecita.
  • Me enteré que fue el cumpleaños de Gaetano y en estos días es el de Luana, quiero saludarlos-.
Quedé totalmente anonadado entre lo imperativo de Yito, mi ausencia de saludo y las dificultades que podría tener para trasladar a este simpático e impertinente pecesito. Me lo imaginé dentro de una pecera, expuesto a todas las torturas en las distintas etapas del viaje y deseché esa remota posibilidad.
Seguí mi caminata matinal, pasó el mediodía, transcurrió la tarde y hasta en la misma noche me seguían resonando las palabras de Yito, alimentando ideas locas e incrementando las ganas de saludar a mis nietos con abrazos y besos de verdad y no por estos medios electrónicos. Esa noche me dormí recordando la dulzura de Luana y la cálida ternura de Gaetano, añorando aquellos días que compartimos en Amsterdam.

La noche

Cuando ya me estaba ganando el sueño, sentí cosquillas en la oreja derecha, luego las vocecitas de Polillín y Polillote que atropelladamente me decían de su inmediata partida en su nave interestelar para traerlos a este modesto pedacito de Uruguay que se llama Remanso de Neptunia.
Yo que sabía que para ellos, esto era cuestión de instantes, me levanté raudamente, fui corriendo hasta el arroyo para avisarle a Yito.
El cual parecía estar esperándome, al enterarse. Me dijo:Formidable, festejaremos sus cumpleaños, desapareciendo en la oscuridad del arroyo.
En ese instante, llega a la costa del arroyo la pequeña nave con Polillin, Polillote, Luana y Gaetano, lo cual me colmó de alegría y de regosijo.
La penumbra del arroyo, apenas iluminado por pálida luna, se vio avasallada por un singular suceso: las Acacias y los Aromos hicieron estallar sus flores amarillas, los pinos prendían y apagaban sus tan singulares flores y juntos con las enredaderas de Mburucuyá se transformaron en alegres guirnaldas. La noche se llenó de luz.
La luna estaba tan contenta por la fiesta, que para la ocasión le pidió calor al sol, y sus rayos sustituyeron el frío nocturno por un suave y sabroso calor de una noche veraniega, como si hubieran cubierto la orilla del Tropa Vieja con un gran acolchado de esos usamos en nuestras camas.
Se fueron acercando a la fiesta, algunos aperiás llevados más por su curiosidad que por las invitaciones que los animalices se hacían boca a boca y pico a pico. Las gallinetas, las pavas de monte, las palomas, los mirlos, zorzales, los sabiás, pájaros carpinteros, las garzas, los biguá y los picaros chingolos que viven en la zona tambien lo hicieron.
Los perros de los vecinos que normalmente persiguen a todos estos animalices, quedaron tan sorprendidos por lo que acontecía que observaron desde lejos con una actitud de respeto.
Los ojos de Luana y Gaetano no cabían en sus caras, deslumbrados por el espectaculo de la noche remansera.
De pronto recordé que en casa tenía una gran bolsa de maníes para compartir, mientras fuí a buscarla, Luana y Gaetano hicieron un fueguito para tostarlos y al poco rato los estabamos comiendo calentitos.
En la fiesta no faltó nada, hubo también baile, los pájaros lo hacían en el aire, nosotros y algunos animalitos en la orilla y la familia de Yito en el agua al son de la música que gorjeaban sucesivos grupos de aves.
La madrugada avanzó sobre la noche y la nostalgia sobre la alegría , la fiesta terminaba.
Como siempre tuvimos de despedirnos cortito, la nave partió rauda hacia la vieja Holanda, el silencio ganó la madrugada.
Regresé a casa, cansado, con algo de frío, pero muy contento: había estado en el cumpleaños de mis nietos.